miércoles, 23 de enero de 2008

El perro del hortelano


NYC Subway, NYC, 2008

Tren.
Si tomas el E train a entre las 7 y las 8 de la mañana te puedes encontrar en cada vagón un par de homeless negros enfundados en sus atuendos oscuros acurrucados en las esquinas, son los nuevos monjes de una nueva década que en la que ya no nos dedicamos al estudio y a la devoción sino a todo lo contrario; enfundados en sus hábitos hediondos, encapuchados para ocultar su mirada y su embriaguez, viven enclaustrados en el metro. Hoy he tomado el E train a las once de la noche.

Si tomas el E train a las once de la noche te encuentras en cada vagón un par de homeless negros enfundados en su miseria, etc. Se pasan la vida allí. Estúpido de mí que pensaba que sólo era por las mañanas.

Andén.
Si hubieses tomado hoy en la green line el tren 6, sobre las once de la noche, a la altura de la calle 23, hubieseis visto a un cerdo grandote, greñudo y mal oliente que, con las piernas un poco arqueadas, y sin bajarse sus pantalones vaqueros Levis 501, se cagaba en la mano y después, con toda la naturalidad del mundo, echaba los excrementos en una papelera. Yo pasaba por allí y el olor casi me hace vomitar. El culo se lo limpió con uno de esos periódicos gratuitos que reparten por las mañanas, que no valen… para casi nada, y después se paseó por el andén con esa misma mano extendida, pidiendo limosna. De la otra mano le colgaba una cadenita brillante, como esas que cuelgan de las cisternas de algunos retretes, que sostenía y balanceaba como si de un látigo se tratase. Metáforas y más metáforas, esta ciudad está llena de metáforas.

Faquir.
Quiero que veáis al faquir. Sale de uno de esos cuartuchos que tiene el metro de Nueva York cada seis o siete vagones, reservado al empleado que se dedica a abrir y cerrar las puertas de los vagones del metro, y se atraviesa la lengua con una aguja de las que usan las abuelas y las menopáusicas para hacer punto de cruz; lo hace lentamente y con lascivia. ¡No es un truco, es un faquir! le dice la madre a la hija.

Tintín.
El perro llevaba uno de esos collarines de plástico transparente en forma de embudo que les ponen a los perros ricos en las clínicas veterinarias del Upper West Side cuando van a revisión. El perrito era blanco, como el Milú de Tintín, y en su cara sólo se distinguían dos botoncitos negros, inquietos, que lo miraban todo con atención. El dueño lo sostenía entre sus brazos y lo miraba mostrando una expresión de entre ternura y asco; era el fiel retrato de una macarena metrosexual. Y ninguno de los que contemplábamos esta estampa divina pudimos evitar que el perro se cagase encima del dueño.

1 comentario:

Rotoreliefs dijo...

You must take the A train to go to Sugar Hill way up in Harlem. If you miss the A train you'll find you missed the quickest way to Harlem. Hurry, get on, now it's coming listen to those rails a-humming. All aboard, get on the A train, soon you will be on Sugar Hill in Harlem