lunes, 5 de mayo de 2008

Dance, B-boy, dance


B-boy en la 34, NYC, 2008

El Bboying en la 34 es para recaudar unos dólares, es turístico, comercial, ameno. El breaking que queda es sólo una reminiscencia vaga de lo que fue: un baile en duelo entre bandas, una competición para solucionar disputas, una especie de diversión entre la violencia de los años 80 en Nueva York.
Pero la violencia no ha desaparecido en esta ciudad, al contrario: la violencia existe y es más despiadada: las machetadas (peleas encarnizadas con machetes), los tiros en la pierna por una disputa después de clase o la palizas brutales entre gangeros siguen siendo habituales e, incluso, más encarnizadas de lo que eran. Es lo mismo que antes pero sin guardar ninguna norma de cortesía, nada de respeto y todo lo sucio vale; es aún más sanguinario todo. Esto lo saben los más viejos de los barrios del Bronx y algunas partes de Brooklyn.
La diferencia, con las décadas anteriores, de cara al público, al turismo, a la televisión, es que ahora todo se ha estandarizado. A la violencia en Nueva York la estandarizó y maquilló el alcalde Julianni; sacó los delitos de los patios de los colegios a las puertas de los colegios, para que cesase el índice de criminalidad en los centros educativos, y borró los graffitis del metro para que pareciese que los graffiteros habían desaparecido.
Las bandas ya no bailan, las bandas ya no llegan a las manos ni a los pies. Ahora, a la mínima, desenfundan. Pero todo se encubre bajo el juego de las estadísticas y los planes sociales estatales. Estamos en 2008, brother, el que no fuma ni mata es porque ya ha fumao y ha matao, canta C. , un ganguero que pertenece a los Latin Kings, mientras me enseña la cicatriz que le dejó la herida de bala en el tobillo tras una disputa en una cancha de Basket en el Bronx.
La mayoría de los turistas que vienen desde Europa no salen de Manhattan, pasan por la 34 y le echan unos dólares a los chicos de color que bailan, les hacen unas fotos y para enseñarselas a la familia y a los colegas.
No es llevar los baggy pants, es llevar la manopla (puño americano) para dar, y si te dan matar, sigue cantando C., y señala a lo lejos a dos chicos negros enormes que llevan un pañuelo rojo colgando del bolsillo trasero del pantalón; esos son los Bloods, los que te decía, son siempre morenos (termino que utilizan para referirse a los jóvenes de raza negra), con esos no nos llevamos mal, hay respeto, pero que no relajen... C. se pone serio y se lleva la mano al collar negro y amarillo que le cuelga del cuello, se lo coloca con suavidad por encima de la camiseta. Si le arrancas el collar a un Latin King tienes problemas, peligra tu vida. No es una broma.

domingo, 4 de mayo de 2008

De Niños a putas en la 14


Graffiti hombre B&N, Alfabet City, NYC, 2008

Los acontecimientos se desarrollan un sábado por la tarde en Union Square, justo a lado de la boca de metro de la calle 14; la salida que da a las puertas del gran Whole Food Markek. Dentro del supermercado venden comida orgánica y otros bulos alimenticios y fuera, carne manida, dañada y experta; carne de alquiler. Llega un hombrecillo de unos cincuenta años, con el pelo rubio y desaliñado, no mide más de un metro y sesenta, le cuelgan dos largos brazos como toboganes afilados que se mueven lentos y con la precisión de dos guadañas. Se para y mira fijamente a un man dominicano fortachón que siempre está allí como esperando a alguien, fumando cigarrillos sin cesar y moviendo los pies al ritmo de un extraña sinfonía maldita que nace de sus auriculares color fucsia. Cuando las miradas del rubio enclenque y del man dominicano se cruzan, nace una conversación de gestos y mensajes en clave que terminan en un apretón de manos y varios billetes de cincuenta entre sus palmas; el hombrecillo los entrega y el man se los lleva. Aparece, como por arte de magia, un chico rubio anoréxico que tiene los dientes podridos y la cara llena de cicatrices; nada sonríe en el rostro del adolescente, demacrado y gris, en el que se pueden leer ya, a pesar de su corta edad, más de mil batallas perdidas. El man se guarda los billetes en el bolsillo de su chaqueta y se enciende otro cigarrillo.

Al cabo de media hora vuelve el hombrecillo. Lleva una cámara de fotos con objetivo gran agular, colgada del cuello. Ahora calza unas botas de agua verdes, salpicadas de barro y pintura o sangre. Vuelve a estrechar la mano al man dominicano. Esta vez, y de nuevo, como por arte de magia, aparece una chica muy alta y muy delgada, con una larga melena rubia y que esconde su dulce y afilado rostro tras unas grandes gafas Channel con montura dorada y cristales oscuros como la muerte. El hombrecillo actúa con presura. Camina rápido, le sigue la chica rubia con cuerpo de modelo de pasarela, se cogen de la mano y él aviva el ritmo. La singular pareja se mueve con prisa sorteando a los muchos viandantes que a esa hora de la tarde se entrecruzan y se chocan los unos con los otros, por las prisas y la desorientación que reina en esta gran ciudad de calles paralelas y perpendiculares tan rectas que resulta incomprensible que generen tanta confusión. Al llegar a un semáforo en rojo se detienen, la chica se agacha para besarle en la mejilla y él no se inmuta. Dejan de pasar coches y él tira fuerte del brazo de la chica. Un coche tiene que frenar para evitar atropellarlos. Andan unos siete bloques y giran hacia Down Twon. Se detienen en el primer edificio de A Avenue. El hombrecillo saca unas llaves y las agita nervioso buscando la que corresponde a la cerradura de una puerta de metal llena de pegatinas y decorada con pintadas de graffitis y brochazos violentos. Es uno de los muchos apartamentos diminutos de Alfabet City. En la calle de enfrente hay un banco de madera. Me quedo allí sentado un buen rato y me lío un cigarrillo. En el tercer piso hay una ventana abierta de la que sale una luz tenue y, de vez en cuando, destella la luz del flash de una cámara de fotos. Se me pasan millones de cosas macabras por la cabeza que me llegan a aturdir: serruchos, mordazas, cadenas y grilletes. Al final, me tranquilizo pensando en algo más vulgar: en flashes, carretes, negativos y grandes angulares; en algo más práctico y coloquial: qué intentará hacer ese pobre hombrecillo con un gran angular en un cuarto tan pequeño.

Alguien cierra la ventana, y se apagan las luces. Suena mi móvil y, antes de responder, me doy cuenta de que yo estaba en la catorce porque había quedado con J.M., que es fotógrafo y vivió unos años en Alfabet City. Vuelvo hacia Union Square y pienso en la chica rubia, en el adolescente flacucho, en si el man seguirá allí parado… y que, quizás, J.M. me puede aclarar algo sobre lo del gran angular en esa pequeña habitación .


sábado, 3 de mayo de 2008

De gira en Línea L


BSO, Línea L, NYC, 2008

El talento muy pocas veces está unido al éxito. Están de gira en el metro de NY, a lo largo de Línea L. No logro comprender cómo músicos con tanta fuerza, con tanto talento, están en el anonimato.

jueves, 1 de mayo de 2008

Uno de Mayo


Graffiti Obama, Brooklyn, 2008

Hoy estoy trabajando. Creo que es el primer uno de Mayo de toda mi vida que trabajo. También es el primer uno de Mayo de toda mi vida que vivo en Estados Unidos. Tampoco he hecho mucho hoy. A media mañana he salido a liarme un cigarro a la puerta trasera del bloque que da a Prince Street. Allí estaba V., el Super, con su barriga al sol.
En Estados unidos todos los buildings tienen un Superintendente: el Super; la mayoría son de origen puertoriqueño, dominicano o de algún país de la Europa del éste, y son los responsables del mantenimiento del edificio y se pasan el día haciéndole la rosca a los propietarios de los apartamentos para sacar alguna propina y un buen aguinaldo en navidad.
V. me dice: No, ni lo sueñes brother, el Primero de Mayo es un invento comunista. Están por todas partes, esos rojos nos quieren esclavizar, se quieren llevar a nuestras mujeres y educar a nuestros hijos en fábricas en Alaska.
V. va a votar a Mc Cain, porque es el único que seguirá llevando a América por la línea recta, y cree que Obama es un loco revolucionario y puede que un poco comunista.