jueves, 21 de febrero de 2008

Cumpleaños XXL


Spring St, NYC, 2008

Cuando subíamos en el ascensor, B.B. (de madre china y padre negro) me dijo: aléjate de mi en cuanto entremos al apartamento, lo siento, iba a estar contigo pero tengo negocios, tengo una hija que mantener, tío lo siento, yo voy a vender cocaína y me pueden joder estos negros, ellos tienen el monopolio de la mierda esta noche, lo mejor será que te alejes de mí. En realidad, esto es una traducción posible de lo que entendí o pude entender, porque en realidad no entendí nada, fue luego cuando sus palabras tomaron sentido. Al entrar al apartamento B.B. desapareció. Me quedé solo en medio de una orgía formada por negros musculosos con camisetas ceñidas, con sus trenzas enceradas y sus pollas enfundas en pantalones ceñidos, y muchas tías negras despatarradas, semidesnudas; algunas de rodillas ofreciendo sus vulvas por un puñado de dólares. El espectáculo era tan hard que casi no puede ni beberme la primera y única cerveza de toda la noche.

M.D. cumplía 21 y me había invitado a una fiesta en Manhattan, me llegó la dirección exacta unas horas antes, porque creo que era ilegal o porque lo querían hacer más interesante. Y allí estaba él, pletórico, con sus 21 recién cumplidos, en medio de un circulo de machos afroamericanos, gruñendo, golpeando el puño de la mano derecha contra la palma de la izquierda: smash, smash! (¡a follar, a follar!). M.D. se jactaba de haberse follado ya a dos tías esa tarde y les enseñaba las fotos que las había hecho con su teléfono móvil, en una de ellas se veía en primer plano su dedo anular penetrando un culo gordo y monstruoso; se emocionó con las fotos y con el momento y comenzó a gritar: negras para todos, pago yo. Las putas que se contoneaban lascivas en derredor, con sus coños dilatados y sus cuerpos bañados en destellos de purpurina esperaban ansiosas. M.D. me estrechó la mano de una forma un tanto fría pero al instante, justo después de recordar que yo era su jefe, me estrujó contra su pecho y yo sentí como si me hubiese estrellado contra un acantilado, hasta me zumbó un poco el oído.

En una esquina oscura, J. estaba montando a un tía que tenía el pelo teñido de naranja, creo que era la más vieja de todas, tenía un diente de oro que relucía en la penumbra; ella le estrujaba los huevos a la vez que se retorcía como una anguila, y él la intentaba penetrar con presura, como si aquello fuese un rodeo. Al principio me sentí incómodo y avergonzado, temeroso de que me tomasen por un mirón, pero al rato me concentré en la escena. Eran dos máquinas articulas moviéndose de forma repetitiva, podía ser un hombre follándose a una cabra o un orangután montando a una morsa. Me había metido un par de rayas y me flipé al momento: la cabra se hacía morsa y el hombre orangután pero conservando su cabeza de hombre, y de repente se transformaba en cabra conservando su sexo de hombre. Y de pronto todo volvió a ser racional y vi las masas de carne estúpida de dos cuerpos que se perdían en un rincón oscuro y el sexo, que hasta entonces había sido un impulso eléctrico que me subía desde los cojones hasta el esófago, dejaba de tener sentido, y la raza humana dejaba de ser algo digno de proteger y muchas cosas más que me venían a la cabeza, seguro que por el efecto de las drogas.

B.B. no paraba de hacer amigos y de abrir negocio y a mi me daba miedo acercarme y hablarle. Se aproximó él, me dio algo y desapareció.

Nadie quería hablar conmigo, yo tampoco iba a entender a nadie. Era el único blanco de toda la fiesta. Al cabo de un rato vomité y me fui. Cuando bajaba por la segunda avenida vi a un tipo que me recordó a mí mismo. Estaba casi amaneciendo y él caminaba enfundado en una gabardina gris, sin nada por debajo, con zapatos negros y las canillas al aire y los calcetines apenas le cubrían los tobillos. En su cara vi la frustración y el fracaso de existir en ese preciso instante, en este planeta, en ese momento de la vida, de la historia humana. Me metí todo lo que me quedaba del regalo de B.B. y me quedé mirando fijamente al exhibicionista: vas buscando niñas a estas horas, tarado, y acabarás arruinado entre prostitutas viejas que no ya no se escandalizan por nada. Llegaron dos tíos enormes, creo que le estaban siguiendo, le tiraron al suelo y le golpearon, le llamaron maricón y le mearon encima.

Llegué a mi casa cuando estaba amaneciendo, compré un panetone italiano para celebrar el cumpleaños de M.D. y porque tenía un poco de hambre. Me acordé de las navidades del 2006, creo que por el panetone, y de no entendí porque las cosas se desarrollan como se desarrollan. Me metí en la cama y no me podía dormir y empecé a imaginarme dónde estaría el próximo año en navidades, en la pampa o en la luna. Qué más da, pensé, seguro que J. ya ha eyaculado tres o cuatro veces, el exhibicionista estará caminando dolorido a casa y, en realidad, nada ha cambiado, nada vale para nada. Después creo que me dormí.

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